Maldita identidad...

"Rutinariamente intercambio sus pulseras identificativas". Éstas fueron las últimas palabras que Jane escuchó. Aquellas malditas pulseras le quitaban la libertad de su vida. Sin ellas, entró en casa. No debía estar allí. Con la soltura de una mujer jovial, se dispuso a tomar un baño. Rodeada de velas, por fin sonreía y estaba segura de no volver nunca más a los cuidados de aquella residencia que tan poco la identificaban. De repente, alguien abrió bruscamente la puerta. Tras una lluvia de riñas como si de una niña pequeña se tratara, Caroline se incorporó y le dijo a su hija: “No quiero morir…quiero vivir”.

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