¿Nos tomamos la última?

Todo el mundo sabía que era una mujer bala. Por las mañanas, solía tomarse la última copa junto a la única ventana de aquel extraño edificio. Desde la calle, todos veíamos cómo empezaba a mover sus brazos. Parecían las alas de un ángel negro, apunto de ser castigado por la esclavitud de su color. Sin embargo, cuando decidía calmar su revuelo, la luz de la habitación se hacía tenue, acompañando a la nueva noche. A la misma hora de ayer, enfundada en un estrecho traje de cuero, vuelve a salir del burdel disparando con su mirada.

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